Ahora hay
tres veces más niños obesos que hace sólo 15 años. Las consecuencias de este
avance pueden ser muy preocupantes, pero las soluciones existen: la clave está
en modificar los hábitos.
El
crecimiento de la obesidad infantil en España es espectacular y preocupante: si
hace 15 años, el 5% de los niños españoles eran obesos, esta proporción es
ahora del 16%. En la Unión Europea, sólo Gran Bretaña nos supera.
La causa
de esta verdadera epidemia (que puede tener consecuencias muy negativas en el
futuro) es, básicamente, el cambio de hábitos. Y sobre todo en lo referente a
la alimentación y el sedentarismo. Los niños, en gran parte por influencia de
los padres, abandonan el consumo de frutas, verduras, legumbres y pescado, en
favor de la comida rápida, “chuches” y bollería. Por lo que respecta al
sedentarismo, las actividades físicas tradicionales se están cambiando por la
televisión y los videojuegos.
Los
peligros de esta tendencia son muchos. En primer lugar, la obesidad puede
suponer al niño problemas físicos (diabetes tipo II, hipertensión,
triglicéridos y colesterol, trastornos hepáticos,…) y sicológicos (baja
autoestima, estigma social,…). Pero quizá lo peor es que está fraguando una
obesidad adulta, con estos mismos problemas, pero agravados. Y hasta tal punto
es así, que la siguiente generación podría tener una esperanza de vida menor
que la actual, como consecuencia de esta obesidad, a pesar de los avances médicos
en otros campos. Algunos estudios indican que la obesidad acorta la esperanza
de vida en 13 años.
La
solución, sin embargo, existe. Dado que casi todos los factores asociados a la
obesidad infantil están relacionados con el estilo de vida, (excluyendo algunos
casos poco comunes de patologías o factores genéticos), cambiando algunas
costumbres podemos luchar eficazmente con este problema. Inculcar a nuestros
hijos unos buenos hábitos alimenticios y fomentar su actividad física (deporte,
juegos, paseos, excursiones,…) es fundamental para prevenir o remediar su
obesidad, y de paso habremos hecho mucho para evitar que tengan sobrepeso de
mayores.
Pero
tenemos que empezar por nosotros mismos, pues si la madre y el padre son
obesos, el riesgo de que lo sea también el hijo es de casi el 90 %, según
Carlos Paredes, Presidente de la Sociedad Valenciana de Pediatría. Este experto
insiste en que los hábitos de los hijos tienen mucho que ver con los de sus
progenitores, y de ahí la necesidad de modificar las costumbres de los padres,
cuando no sean adecuadas en materia de alimentación y salud. Por tanto, si
luchamos contra nuestra propia obesidad, además de los evidentes beneficios que
lograremos para nosotros mismos, también los conseguiremos para nuestros hijos.
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